divendres, 9 de febrer del 2018

El país donde florece el limonero

Diarmuid Kelley
Recuerdo cuando los vuelos eran tan caros que la gente solía hacer el largo viaje de Inglaterra a Italia en barco y tren. En cuanto llegabas a París las cosas mejoraban, porque allí era posible tomar el Palatino, un coche cama nocturno que iba a Roma, con parada en Florencia, en el que uno podía dormir durante todo el trayecto. La primera vez que hice ese viaje fue hace treinta y cinco años. Al amanecer levanté una esquina de la cortinilla de la sofocante litera y me di cuenta de que ya habíamos atravesado la frontera. Estábamos en la Riviera italiana, en algún lugar cerca de Ventimiglia, y crecían limones junto al andén de la estación. Las oscuras hojas y los brillantes frutos de los árboles destacaban contra el telón de fondo del mar. Nunca he olvidado aquellos árboles ni la manera en que transformaban el paisaje a su alrededor; un paisaje que resultaba intensamente extraño a mi mirada genuinamente inglesa. [...]

Giovanni Battista Lusieri (1982): Panorama de Palerm i la Conca d'Oro des de Monreale
Goethe recorrió toda Sicilia y, como muchos otros viajeros ingleses, franceses y alemanes que hacían el Grand Tour, quedó cautivado por la belleza del paisaje. Alos después concentró un anhelo común a los europeos del norte por la belleza, calidez y placer de vivir en el Mediterráneo en una pregunta que parece obsesionar nuestra imaginación colectiva: "¿Conoces el país donde florece el limonero [...]? ¿Lo conoces bien?". Muchos de los contemporáneos de Goethe lo conocían bien, y los vedutisti italianos que suministraban a los turistas pinturas de paisajes, vistas urbanas y estudios de monumentos antiguos ya habían comenzado a incluir la Conca d'Oro entre sus temas. Panorama de Palermo y la Conca d'Oro desde Monreale, pintado por Giovanni Battista Lusieri en 1982, muestra la exuberante llanura entre las montañas y el mar salpicada de huertos de limoneros amurallados conectados por rectos caminos a una serie de granjas y graneros, construidos todos con la misma piedra dorada.

Irene Domènech (2011): Taronges del mercat de Palerm
Yo entonces no lo sabía, pero los viajeros del norte de Europa siempre se han emocionado ante la visión de los cítricos italianos, de modo que mi reacción era completamente previsible. Hans Christian Andersen, escritor y poeta danés conocido sobre todo por sus cuentos de hadas, visitó Italia en 1833, y ver por primera vez bosquecillos de naranjos y limoneros le produjo la mezcla de éxtasis y deseo que Italia sigue provocando en los visitantes de países más fríos y menos románticos. "Intenta imaginar el hermoso mar y una profusión de naranjos y limoneros", escribió a un amigo; el suelo estaba cubierto de sus frutos y las resedas y clavelinas crecían como malas hierbas. "¡Oh, Dios mío!¿Qué desgraciados somos los habitantes del norte! El paraíso está aquí". 

Helena Attlee (2017): El país donde florece el limonero. La historia de Italia y de sus cítricos. Traducció de María Belmonte. Editorial Acantilado. Pàgines 11-94.
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